Los genes, esas cosas que identifican, distinguen, señalan, todos nuestros todos, esas cosas que recibimos en herencia, sin ganarlo y sin merecerlo, sin pedirlo, ni agradecerlo y algunas veces sin quererlo. Dicen, que nos marcan, tanto física como intelectualmente. Y dicen, que los genes del carácter, también los heredamos.
Bien es verdad que recibimos todo una amplio regalo de genes, que se instalan en nosotros ,desde el momento mismo de la concepción, como okupas, hambrientos de un techo donde cobijarse, y sencillamente dispuestos a no moverse, acompañándonos por el resto de nuestra vida, pero también es verdad, que debido a las circunstancias de cada ser, a sus compañías, y campañas, ya sea a favor del bien, o abanderando el mal, a sus esperanzas y experiencias varias,a sus desatinos y aciertos, para lo bueno y para lo malo, a sus sentires, en piel y hiel,a sus amores y desamores, a millones de etc......s, vamos rodando por esta vida, algunas veces limando aristas, otras rompiéndonos en mil pedazos, para recomponernos, o no, otras veces poniéndonos caretas, o vistiendonos con ropa, que no nos pertenece, para soportar determinados "ques" con determinados "quienes", en según "que circunstancias".
Y todo esto, hace que nuestro carácter, en algunos casos cambie, en otros se modifique, en algunos se anule, en muchos nos domine, y quisiera creer que en la mayoría, se controla, sobre todo según vamos pasando la frontera del medio siglo y vamos siendo consecuentes con nuestra forma de ser.
Tendremos el cuerpo que hemos heredado, pero nosotros tenemos la capacidad de decidir que ropa ponernos, en que momento y cuando quitárnosla, es decir, nosotros somos los responsables....., pero ¡cuidado! podemos equivocarnos con las prisas.
En un reino encantado donde los hombres nunca pueden llegar, o quizá donde los hombres transitan eternamente sin darse cuenta....
En un reino mágico donde las cosas no tangibles se vuelven concretas....
Había una vez...
Un estanque maravilloso. Era una laguna de agua cristalina y pura donde nadaban peces de todos los colores existentes y donde todas las tonalidades del verde se reflejaban permanentemente.....
Hasta aquel estanque mágico y transparente se acercaron la tristeza y la furia, para bañarse en mutua compañía. Las dos, se quitaron sus vestidos y , desnudas, entraron en el estanque.
La furia, que tenía prisa, (como siempre le ocurre a la furia), urgida-sin saber por qué-, se bañó rápidamente, y más rápidamente aún, salió del agua...
Pero la furia es ciega, o, por lo menos, no distingue claramente la realidad. Así que, desnuda y apurada, se puso, al salir, el primer vestido que encontró...
Y sucedió que aquel vestido no era el suyo, sino el de la tristeza...
Y así, vestida de tristeza, la furia se fue.
Muy calmada, muy serena, dispuesta como siempre a quedarse en el lugar donde está, la tristeza terminó su baño y, sin ninguna prisa -o, mejor dicho, sin conciencia del paso del tiempo-, con pereza y lentamente, salió del estanque.
En la orilla se dio cuenta de que su ropa ya no estaba.
Como todos sabemos, si hay algo que a la tristeza no le gusta, es quedar al desnudo. Así que se puso la única ropa que había junto al estanque: el vestido de la furia.
Cuentan que, desde entonces, muchas veces uno se encuentra con la furia, ciega, cruel, terrible y enfadada. Pero si nos damos tiempo para mirar bien, nos daremos cuenta de que esta furia que vemos es sólo un disfraz, y que detrás del disfraz de la furia, en realidad, está escondida la tristeza.
(Cuentos para pensar. Jorge Bucay)
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