Miércoles 3 de febrero, 10 y media de la mañana.
Estoy en un hospital, concretamente en la sala de espera de urgencias, Allí pasas horas y horas, con lo cual, una se dedica a mirar, mejor dicho a observar a su alrededor. Y observas las miserias humanas y ves el dolor que se refleja en algunos rostros, la incertidumbre por saber del ser querido, la necesidad de una mano que te ayude o de unas palabras compartidas para disipar tanta tensión.
Vivimos inmersos en una sociedad cargada de falsas frases amables, de invitaciones obligadas y de encuentros no deseados, pero a la hora de la verdad, cuando nos vemos desnudos de tanta charlatanería obligada y estudiada, cuando no tiene importancia, ni tu trabajo, ni tu condición, ni tu cultura, ni tus lamentos, ni tus silencios, ni tus canas ni tus ganas porque te atiendan, porque todos aqui, tenemos el alma enferma, algunos tienen congestionada la razón, a otros les duele la emoción, muchos estornudan el pasado y a casi todos nos lagrimea el futuro, entonces, a todos sin excepción, nos invade la necesidad de ayuda:
Consejos en los que reposar el alma herida, abrazos que enlacen nuevas esperanzas, tibiezas de cariños con los que calentar nuestra espera, noticias que te alegren los sentires......
Al fin y al cabo todos estamos hechos de la misma pasta, quebradiza y frágil si le falta calor, pero esponjosa y moldeable, cuando se hornea con tiempo, ternura, cariño y confianza.
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